martes, marzo 08, 2011

Cuento: El inusual verano de Esteban (parte I)

No obtuve absolutamente nada por escribir este cuento.

I

Esteban caminó hacia el paradero, subió al bus, esperó el tiempo necesario y bajó: era un día como cualquier otro. Sus zapatillas le apretaban un poco, las compré ayer, así que se las aflojó y siguió caminando. Había planeado recorrer unas veinte cuadras ese día, hay muchas cosas en qué pensar, pero se detuvo en la décima, debía regresar.

No era habitual que Esteban saliera a recorrer la ciudad, tan triste, tan fría, sólo lo hacía de vez en cuando, si era necesario, y si había decidido salir ese día fue porque debía ordenar los hechos en su mente: empezar la universidad, mudarse, vivir solo, pensar en ella. En realidad, todo el rollo existencial que atravesaba se resumía en ella, la chica que veía pasar todos los días, aquella con la mirada perdida, las mejillas sonrosadas y que cada vez que pasa frente a mí me hace temblar, perderme en el vacío y morir de a pocos.

Se llamaba Lorena, y podía detener el crepúsculo con su sola mirada. El día que la conoció, él descubrió que solo era un grano de arena o una mísera piedra en un mar eterno de desesperanza, ese día comprendió que era insignificante y que no sería feliz hasta que ella fuera suya, o al menos eso pensó.

-¿Conoces a la chica que se mudó la semana pasada al edificio del frente, la que pasa por el parque todos los días a eso de las seis?

-Mmmm, ¡sí!, se llama Lorena, la conocí el otro día, ¿por qué? –una mirada inquisitiva asomó en el rostro de Laura.

-No nada, sólo tenía curiosidad… –Esteban pensó rápidamente en una frase que no lo delatara– tú sabes que hace tiempo nadie se mudaba por aquí, creo que el último fue el Chino hace un montón de tiempo.

-Deberías venir mañana y te la presentó, si quieres claro.

-Por mí normal, te veo mañana entonces –la expresión de tranquilidad en su rostro era totalmente fingida: en algún lugar de su mente una amplia sonrisa se dibujaba.

Al día siguiente, cuando se la presentaron, no pudo conservar la tranquilidad por mucho, apenas si pudo articular unas cuantas frases coherentes al comienzo mientras trataba de que sus piernas resistieran y no comenzaran a temblar. Te está hablando imbécil, trata de reaccionar, ¡di algo! ¿Qué tal ese chiste de la mosca?, creo que no, mejor prueba con el que te contó el Chato ayer ...

-Eres chistoso… ¿Esteban?, en serio - le parezco chistoso y, ¡sabe mi nombre!

-Bueno, no puedo negarlo, pero esa es solo una de las sorpresas que viene conmigo -¿de dónde diablos has sacado esa frase? Lorena sonrió tibiamente.

-Mi mamá me está llamando chicos, los dejo, no se pierdan –Laura conocía a su amigo muy bien y sabía lo que se traía entre manos.

-¡Chau! – dijeron los dos primeros mientras Laura se alejaba lentamente, un silencio incómodo dominó el ambiente por un breve momento.

-¿Vas para tu casa? –preguntó Esteban.

-Sí, me había olvidado que tengo algo que hacer.

-Vamos entonces.

Los dos iniciaron una conversación (en realidad monólogo) mientras cruzaban por el parque: cuando una señora, llevando una bolsa de mercado, pasó apresurada junto a ellos Esteban le contaba a Lorena como había descubierto los siete mares y viajado hasta el fin del mundo en busca de una manzana de oro; cuando un señor pasó trotando a su lado pidiendo permiso Esteban le estaba haciendo un recuento de cada uno de los cien años que pasó transcribiendo manuscritos escritos en lenguas muertas en un monasterio situado en el pico más alto del Himalaya; cuando Lorena estuvo a punto de perder el equilibrio por pisar el borde de la vereda, Esteban hizo una breve crónica de su largo viaje espacial en el que descubrió cien planetas, encontró doce civilizaciones avanzadas, perdió la conciencia dos veces y se enamoró perdidamente tres y, finalmente, cuando un perro minúsculo vino corriendo a ladrarle a Esteban, este se hallaba reflexionando sobre la verdad, la filosofía y el futuro de la humanidad.

-Bueno, te veo otro día, ¡chau! –después de permanecer callada todo ese rato Lorena al fin abrió la boca, se dio media vuelta mientras arrojaba una sonrisa y entró por la reja de su edificio. La oscuridad, en pocos segundos, se la tragó por completo.

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