domingo, abril 24, 2011

Cuento: El inusual verano de Esteban (parte IV)

El día que conocí a Rubén y sus amigos, esa pandilla que siempre andaba con él, supe que algún día iba a tener que enfrentarlos, solo así podría demostrar mi valía, solo así podría quedarme con la chica. Tiempo después, cuando todo esto no era más que una anécdota, me enteré de por qué me hallé envuelto en esa situación.

Lorena nunca fue una chica que pasó desapercibida, no podía serlo de ninguna forma, y no profundizaré en el cómo o el por qué, sólo diré que empezó a salir con Rubén, ambos vivían en el mismo barrio y se conocían desde pequeños. Su relación empezó como cualquier otra, pero luego Rubén sacó a relucir su verdadera cara: la del matón del barrio que andaba metido en ciertas “cosas turbias”. Lorena terminó con él, por esta y más razones, creo. Claro que Rubén no pudo soportar eso y le prometió que se encargaría de hacerle la vida imposible, no directamente sino hostigando a sus futuras parejas. No mucho después Lorena se mudó de barrio y fue ahí donde esta historia me involucró.

Vuelvo al día que los conocí: él, parado con actitud matonesca; su pandilla, impersonales y desagradables; Lorena, realmente preocupada por mí (me bastaba con fijarme en sus ojos para conocer su estado emocional); yo, asustado y con un total desconocimiento de lo que estaba pasando.

Luego que se fueron, Lorena no pudo decirme muchas cosas, “ya sabes cómo son las cosas, no puedo hacer nada por eso, de verdad me gustas pero entiendo que no quieras volver a verme, cuídate”, se le notaba muy perturbada. Yo me puse a pensar un poco, tirado en mi cama y mirando el techo, ¿qué haría?, cerré los ojos y me imaginé como cambiaría mi futuro por un simple hecho: luchar por ella, por Lorena. Si me tiraba para atrás y decidía no afrontar ese reto, me pasaría la vida esquivando las dificultades, una vida triste y pusilánime. Si decidía afrontar ese reto, en cambio…un abanico de oportunidades se abría ante mis ojos, y no importaba si fracasaba, iba a estar tranquilo conmigo mismo. Cuando Gene Kelly del póster de “Singin’ in the Rain” me guiñó el ojo supe que había tomado una decisión: me iba a doler, me iba a costar mucho, iba a arriesgarlo todo, pero creía en lo que estaba haciendo.

Sabía que me bastaba con hacerme cargo de Rubén para salir victorioso, su pandilla huiría una vez que se hayan quedado sin líder, también sabía que él no podía rechaza un enfrentamiento personal conmigo. Entonces fue que decidí encararlo:

-¡Rubén! Acá estoy…

-No esperaba que vinieras, ¿qué quieres? –dijo con el tono sarcástico que hasta ahora recuerdo.

-Quiero que resolvamos de una vez nuestro problema, yo quiero a Lorena, no estoy dispuesto a dejarla ir.

-Si eso es lo que quieres –hizo un gesto a su pandilla, que empezó a acercarse.

-¿Por qué involucrar a varios cuando esto es un asunto de dos?, ¿sabes a qué me refiero, no?

-Este… –su voz, como nunca, empezó a titubear.

-Acaso tienes miedo, piensas que no puedes conmigo tú solo –y miré fijamente a su pandilla– si no te sientes capaz sólo dilo.

-Por mí… ¡por mí no hay problema!, ¿pero sabes que uno de los dos morirá?

-¿Crees que no he pensado en los riesgos?, estoy dispuesto a poner mi vida en juego, nunca antes lo había hecho.

-Está bien, entonces está dicho: lo haremos con todas las reglas, sólo el ganador podrá regresar.

-Que así sea.

Ese día tomé las que fue quizás la decisión más temeraria de mi vida, pero lo hice con convicción.