Durante cerca de cuatro años creí que los engranajes de la realidad, de nuestro enorme universo, se habían visto alterados por mi culpa, lo atribuí a una acción que debí llevar a cabo, pero nunca me atreví a realizar: nunca fui rechazado por aquella chica en aquel solitario lugar, puesto que nunca me atreví a declararme; por ende, nuestra realidad empezó a alterarse.
Las señales de esta perturbación del correcto curso de las cosas eran más que evidentes: amigos en situaciones extrañas, YO en situaciones extrañas, una total alteración de la fortuna de las personas que me rodeaban. El 2012, por cierto, fue el año más anormal, sucedieron tantas cosas bizarras, que poco a poco empecé a creer que esta estúpida teoría era real. Y decidí hacer algo para tratar de evitar el fin mundo. O sea, realizar, al fin, aquella acción que nunca llevé a cabo (o algo al menos burdamente parecido).
Sin embargo, fracasé.
Pero ahora, ad portas del 2013, y superando el inefable 21 de Diciembre, puedo estar seguro que esta no era más que otra teoría paranoica.
Al fin puedo avanzar, sereno, por el sinuoso camino del mundo real, sin temor a nada y con un ligero destello de sol matutino alumbrando mi camino.
Feliz año nuevo, cómplices de las trangresiones del tejido espacio-temporal.